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Cuento: El lobito y la Caperuza Roja Feroz

Hace días escribí un cuento muy singular con mi amiga Alessandra. Lo escribimos por partes. Le envié un mail con un fragmento de historia y le pedí que la continuara. Luego, yo retomé la historia con lo que ella había incorporado y le volví a enviar un mail con un fragmento nuevo. Repetimos el procedimiento sucesivos días hasta que terminamos la historia. Fue un experimento bastante divertido y el resultado fue totalmente inesperado y loco XD.
Advierto que no está revisada y hay muchos WTF? XD. Esta es la historia resultante:

El lobito y la Caperuza Roja Feroz

…Y la malvada caperucita observaba al dulce e incauto lobo caminando por el bosque hacia la madriguera de su abuelita enferma. La anciana había pasado la noche entera probando su nuevo karaoke y amaneció con un horrible dolor de garganta. Para aliviar su malestar, la madre del lobito lo envió a llevarle miel. Como era un lobito obediente, y no quería que lo mandaran a hacer trabajos domésticos, se fue jugando BOTW por el camino, pensando en demorarse en casa de la abuela lo más que pudiese. Caperucita quería hacerse una hermosa estola con la piel del lobo. Corrió a la madriguera y vio que la abuelita se había dormido en el baño. Entonces, se puso la pijama de la abuela y se acostó en la cama.
Cuando el lobito llegó, abrió la puerta en un intento, y luego en otro y en un tercero lo consiguió. Portaba encima de su rostro una despeinada cabellera que tapaba levemente su vista, y la tenue luz de la habitación no ayudó a notar que, habiendo ya entrado, era otra persona, una con una caperuza roja, y llena de maldad donde antes había bondad, la que ocupaba la cama de su abuela.
El lobito la saludó con un vaivén de su cabeza, en la manera en que los adolescentes lo hacen, y se sentó en uno de las sillas en medio de la habitación, prestando un ojo a la abuela, y otro ojo a la consola que en sus manos aún se encontraba.
Es en ese momento en nuestra historia donde una pequeña ave, de esas que suelen aparecer en los momentos más incongruentes, se presenta y se introduce en la narrativa, volando (o intentándolo) y chocando levemente con una de las ventanas, antes de seguir su camino. El lobito saltó por el susto, y se acercó a correr la ventana, encontrando una mancha, pero ninguna otra huella del ave. Con la cortina abierta, y la luz iluminando parte de la habitación, sin embargo, empezó a notar que su abuela se veía distinta.
Tal vez era aquella caperuza roja que portaba, o tal vez aquella sensación de mayor maldad y menos bondad. Tal vez era la menor falta de pelaje en su cuerpo, o las orejas más redondas de lo que solían estar.
Sin tener una idea clara de qué sucedía, puso en pausa su juego un instante, y con algo de duda, le preguntó:
“Abuelita, ¿por qué tienes ahora las orejas tan pequeñas y tan redondas?”
Caperucita se sobresaltó por la pregunta y se apresuró a responder con la mayor dulzura que pudo fingir:
“Verás querido, ya estoy vieja, así que me operé las orejas para oírte mejor.”
En ese instante el joven lobo se dio cuenta de que el ser que yacía en la cama no era su abuela, pues ésta nunca le decía querido, nunca le hablaba con tanta dulzura y, principalmente, nunca se consideraría a sí misma vieja y menos aún con sordera. Además, su abuela inmediatamente hubiese preguntado qué le había traído y lo hubiese obligado a jugar Mario Kart con ella o a realizar alguna labor aburrida en su PC como: instalar un nuevo antivirus, desfragmentar el disco, reconfigurar el wifi (porque según ella Ricitos de oro le roba el internet), descargar o instalar algún programa o ver por qué ya no le corre algún juego en el facebook.
El lobito estaba muy asustado e inquieto sosteniendo aún su Nintendo y viendo a todos lados, como buscando a su abuela real y pensando en algún plan. En ese instante, la anciana loba abrió la puerta del baño y apareció aún medio dormida con una pequeña ave en su cabeza, pero caperucita no la vio, ya no percibía nada a su alrededor, su mente involuntariamente se remontó 20 años atrás. Se vio joven y nerviosa, haciendo preguntas similares a las que acababa de responder. Vio al lobo feroz abalanzarse sobre ella, también vio al valiente y atractivo cazador que apareció en ese instante rompiendo la puerta con su hacha para salvarla. Su corazón latió con inusitada violencia, como si hubiese empezado a latir repentinamente por primera vez luego de un largo letargo. Sentimientos olvidados emergieron. Recordó cómo dejó atrás a su familia y se fue con el hombre que le salvó la vida y cautivó su corazón. El hombre que le enseñó las artes de la cacería, a desollar animales, a curar las pieles, a coser, a cocinar y a amar. También recordó cómo el apuesto cazador un día fue llamado al palacio y nunca regresó, se enamoró de una tal Blancanieves y la abandonó para cuidar de esa princesa que vivía en un bosque cercano. Ella sobornó a un enano para que se la llevara lejos e incluso intentó asesinarla con una manzana envenenada pero no tuvo éxito.
Recordó una vez más cada treta que había hecho. Cada plan, y astucia, todas detenidas, todas evitadas. Había llenado de maldad su corazón, pero realmente era el mundo el que había cambiado y ella ya no lo entendía, y le temía. Las hadas y sus cuentos habían escapado hace muchas lunas, y el bosque cada vez se llenaba más de animales, y menos de Animales, aquellos que habían nacido con el don del Habla y del Ser.
En ese instante, por un breve momento, consideró su futuro. Pero eso sería una historia para después, pensó. Hoy tenía en frente suyo una presa, y esta vez no habría cazador, ni príncipe, ni rana ni bruja que evitaría su cometido. Por una vez, sería su momento de brillar.
Caperucita se irguió sobre la cama, y con dulce voz insistió “Nieto querido, nieto adorado, ¿por qué te sientas tan lejos de tu abuela? ¿Por qué no acompañas mi reposo y te recuestas a mi lado, contándome historias de tus días, y de tus tardes? ¿Por qué no le traes un poco de ti a tu abuela?”
El lobito, temiendo aún, dio un paso hacia adelante, y luego uno más. La imagen de su abuela lo había perturbado, pero en la puerta, al otro extremo, otra abuela había aparecido. Tenía las orejas como su abuela, largas y puntiagudas, y un pelaje como su abuela, gris, negro y con una infinidad de colores en el medio. Tenía también la altura de su abuela, alta, pero no tanto, erguida, pero no mucho. Fue entonces donde un pensamiento surgió por su mente, y una idea empezó a nacer.
El lobito retrocedió tres pasos y empezó a gritar: “¡Abuela, abuela, esta mujer intenta matarme!.” La abuela se acomodó los lentes y trató de entender la escena que se presentaba ante ella. Rápidamente, caperucita atravesó el aire, dando un salto mortal desde la cama, cayó con daga en mano, a unos pocos pasos del lobito. Clack, clack, sonaban los tacones de las botas de caperucita mientras caminaba sonriente hacia el animal. El lobito aterrado entonces gritó con todas sus fuerzas: “!Abuela, esta mujer te llamó vieja!”. La abuela bajó la cabeza un instante que pareció eterno. La ira se apoderó de ella y tensó su cuerpo agrandando sus músculos, alargando sus garras y erizando su bien cuidado pelaje. La abuela parecía de pronto tres veces más grande, fuerte y furiosa. La abuela gruñó violentamente y gritó: “!Insolente!, ¿cómo te atreves a llamarme vieja?, apenas estoy en mis 70 primaveras. !Lo pagarás muy caro!”
Caperucita miró sorprendida la transformación y luego de unos instantes le preguntó al lobito: “Hey, muchacho, ¿tú entendiste algo de lo que ha dicho esa anciana?” Ninguno de los dos había entendido lo que dijo la abuela puesto que ésta se encontraba afónica por abusar de su Karaoke. Así, lo que a ella le pareció una feroz amenaza apenas había sido un resoplido con algunas sílabas graves e inaudibles. No obstante, aunque no sabía lo que había dicho su abuela, el lobito se sintió aliviado, pues, tal como había planeado logró que su abuela entrara en cólera y sólo en ese estado podría defenderlo.
“Bien, como sea, basta de charlas”, dijo caperucita mientras sostenía su puñal y lo dirigía al cuello del lobito. A un instante de clavarlo en su presa fue derribada de un zarpazo por una bestia salvaje irreconocible. La abuela había rebasado su límite con el nuevo insulto de caperucita. “¿Cómo te atreves a llamarme anciana nuevamente?” gritó la abuela. Caperucita sintió cada palabra, húmeda y seca a la vez, golpear su rostro. También, sintió el peso de la abuela sobre ella. Caperucita dobló sus rodilla hacia el pecho, estiró las piernas y se quitó de encima a la abuela. Luego, se levantó de un salto y notó que la pijama que tenía puesta se encontraba desgarrada. De un tirón se la quitó, dejando visible una ceñida armadura negra fabricada con cabellos de troll y barnizada con lágrimas de unicornio. Era una armadura muy resistente, hecha a su medida por ella misma. Caperucita inspeccionó unos segundos su brazo derecho comprobando que la armadura seguía intacta a pesar del fuerte ataque recibido.
La loba se incorporó, acomodó sus lentes, alargó aún más sus garras y buscó a su rival con la mirada. Al otro lado de la habitación, Caperucita apretó la daga en su mano, recitó unas palabras en un idioma mágico olvidado y sacudió la mano. Una intensa luz envolvió el arma y, como si fuese la llama de una vela, fue moviéndose de un lado hacia otro y creciendo hacia arriba. Al instante, la pequeña daga se transformó en una enorme espada de hoja ancha y curva. Caperucita estaba lista para enfrentar a la bestia. Se percibía en ella la confianza que sólo demuestran los que han aniquilado a miles de de almas en el cuerpo de batalla. Ese momento, que el lobito llegaría a recordar por toda su vida, empezó a transcurrir con la velocidad del agua atravesando un campo de miel. La abuela no era una ignorante en el ámbito de las batallas, y muchas víctimas habían estado en su haber. Recordó por un instante aquel cazador que había tratado de atacar a su hijo, y cómo ella lo había vengado.
Pero eso era el pasado, y habían pasado muchos soles desde entonces. Ahora, con su avanzada edad, y los huesos que pesaban cada paso que daba, no sería una pelea en la que esperaría ganar fácilmente. Y sin embargo, sabía que haría todo lo posible por proteger a su nieto, por la memoria de su hijo, por aquellos que había perdido, por las memorias que la acompañaban todos los días desde entonces.
La Caperucita parpadeó lentamente al ver que en el rostro de la abuela renacían los fuegos de una juventud que desconocía. Es cierto, empuñaba en su mano una de la Dagas hechas por los descendientes de los siete hermanos enanos, y su magia no era de ignorar. Pero también era cierto que la edad y la experiencia nunca deberían ser ignoradas. Si quería terminar esto, y llevarse su presa, tendría que actuar ahora.
En un ágil movimiento, se desplazó lateralmente hasta quedar entre la abuela y el lobito, y una vez ahí, se lanzó con toda la fuerza que le permitía su cuerpo saltando en un patrón de izquierda a derecha, hasta que su brazo quedó por debajo de las garras de la abuela, y, esperaba, lejos de su alcance, pero lo suficiente como para usar su Dagaespada.
La abuela conocía los poderes de la Dagaespada. Los había experimentado en su ser antes, y no tenía intenciones en volver a sentirlo, pero era una gran posibilidad. Si tan solo pudiera llegar hasta su cama. Una idea transcurrió por su mente, como a veces suelen hacer los planes disparatados. Pero tal vez, si acaso, podría funcionar.
Gruñó. Aulló. Gritó. Convocó toda su fuerza y su energía en frente suyo, y dejó ir un rugido que hizo retumbar las ventanas, y a las persona. Hizo un rugido que distrajo temporalmente a Caperucita. No mucho. No demasiado, porque pronto se recuperaría y levantaría la mano para refutar su ataque. Pero lo suficiente. En un instante la abuela está en frente de la Caperucita, pero antes de terminar el siguiente, estaba ya detrás, lejos del alcance de la Dagaespada y, más importante aún, con su propia Arma cerca. Caperucita no era la única que había vivido en las Tierras Hádicas, y no era la única que había obtenido muestras letales de eso.
Manteniendo el momentum de su movimiento, giró bajo su propio eje mientras una Espadaarco se dibujaba por sobre su garra. Algunos dirían antes que era una Espadaarco forjada en las montañas por codiciosos dragones faltantes de dientes. Otros, más prudentes, preferirían no comentarlo, asentir, y dejar el hecho pasar. Caperucita era de las segundas.
“Esto… esto no es lo que esperaba buscar hoy. Entiendo ahora que eres tú una de las Narradas. No seguiré atacando a otros de mi tipo. Pero sí te daré un consejo y una advertencia. Esta será la única vez que respeto los antiguos tratados entre Narrados. Si nos encontramos otra vez en bandos distintos, no habrá Espadaarco que me detenga”.
El Lobito vio como Caperucita extendia su Dagaespada en su mano, volviéndose casi parte de su extremidad. Mientras Caperucita se retiraba lentamente, sacrificó una última pregunta. “¿Y la advertencia?”.
Otra daga, oculta hasta este momento, voló entonces y se clavaba milímetros al costado de él, respuesta completa para lo que había dudado.
Pasaron unos minutos, pero la presencia que Caperucita había enforzado en esa casa aún se mantenía, incluso cuando ella había huido ya. Finalmente la abuela dejó ir su Arma y corrió hacia el Lobito para abrazarlo, sabiendo que tal vez sería la última vez que podría.
“No puedo creer que tal vez te pude haber perdido… y debemos tener claro que esta no será ahora la última vez. Mi condición como Narrada será conocida, y no podremos tener una vida normal nuevamente. Ya sabes lo que eso significa.”
El lobito trató de procesar esas palabras una vez más. Eran historias que había escuchado antes. Historias sobre seres de Tierras Hádicas, Narrados, parte de historias que se contarían por generaciones y generaciones. Sabía que su abuela había vivido ahí de joven, pero nunca había pensado que él había heredado ese linaje.
Si era cierto, le llevaría a tomar decisiones que esperaba no tomar.
En ese instante, un personaje olvidado revoloteó por encima de las cabezas de los familiares que, abrazados, aún compartían su pena y la carga de un destino del que preferían no hablar. La pequeña ave dio una, dos y tres vueltas hasta que finalmente se posó con maestría en la cama desordenada, sacándolos de sus pensamientos. La respiración agitada y los ojos cansados del lobito y su abuela aún reflejaban la tensión de una escena de combate donde se ha eludido hábilmente a la muerte.
El ave cantó, y su canto fue potente y sostenido. Poco a poco el canto fue generando un viento que no tardó en convertirse en un pequeño huracán. La habitación era un caos. La ropa de la abuela, las almohadas, los cuadros, los floreros y muchos objetos de la habitación, incluso su nuevo karaoke, volaron sin control chocando entre sí o contra la pared. La abuela cubrió con su cuerpo al lobito pero en un pestañeo el viento se disipó y los objetos quedaron nuevamente en su puesto. La habitación lucía impecable y ordenada. La abuela levantó la cabeza desconcertada y buscó al ave en la cama pero no la encontró, en su lugar había una anciana rechoncha, en un traje de seda brillante que le quedaba muy ajustado.
“No temáis” dijo de pronto. “Soy un hada madrina. Desde hace años fui asignada a cumplir un deseo a Caperucita y he estado a su lado en todo momento. Hasta ahora nadie había podido persuadirla de hacer lo correcto y esta era precisamente la condición principal para poder cumplir su deseo.”
“He visto el pasado, el presente y el futuro de todos aquí (incluso de los lectores) y ahora sé lo que debo hacer.” dijo la anciana alegremente. El hada había visto el corazón de Caperucita y comprobó que era noble y seguía intacto a pesar de que su aura estaba contaminada por la maldad. Comprendió que la maldad no sólo había sido retenida en su prenda roja sino que procedía de ésta. Sin mediar más palabras, el hada sacó de un pliegue de su vestido una varita mágica y concedió, sin demora, el deseo que solicitó el corazón de Caperucita. Acto seguido, se despidió del lobito y de su abuela anunciándoles que muchas cosas en sus vidas cambiarían, que ya no tendrían que preocuparse por su futuro y que estarían liberados de las injustas cadenas que ataban su destino. Era un regalo por ayudarla a cumplir con su misión.
Todo en la habitación empezó nuevamente a dar vueltas pero de una manera extraña, el huracán empezó a devorar los objetos pequeños, luego a los grandes, luego a los lobos y por último a la madriguera. Cuando la abuela tuvo consciencia de sí misma era nuevamente una loba joven, se encontraba sola en la casa de sus padres, ya no estaba lobito, ni las cicatrices del pasado, pero tenía intactos los recuerdos de una vida que fue y que podía evitar repetir. Vio el calendario en la pared, observó el reloj y sintió la hora en su pelaje. Pronto vendrían a buscarla para la iniciación y la obligarían a emprender el viaje que marcaría a su destino y el de su descendencia…pero esta vez no la encontrarían en casa.
Caperucita caminaba malhumorada por el bosque, maldiciendo lo que consideraba una derrota, cuando repentinamente su capa empezó a derretirse. Una sustancia viscosa y roja como la sangre chorreaba por su armadura. “Pero…¿qué demonios está pasando?”gritó Caperucita furiosa.
La sustancia se movió del piso y empezó a aglutinarse adoptando la forma de una mujer. Al poco tiempo, Caperucita vio ante sí lo que parecía ser una copia de ella. Las piernas largas, el torso esbelto, los brazos tonificados y fuertes, sus facciones hermosas y siniestras. Era una perfecta copia de ella, una copia de color rojo intenso.
“No pensé que este día llegaría, me sentía tan a gusto sobre ti, observándote, dirigiéndote, consumiéndote” Dijo la caperucita roja recién formada.
La angustia, el miedo, sensaciones que Caperucita no experimentaba hacía tiempo, se reflejaron en su rostro. “¡Tienes 5 segundos para decirme quién eres y qué quieres!” gritó la mujer retrocediendo unos paso y sacando su daga.
“Soy un genio maldito. Fui apresado en la tela con la que confeccionaron tu caperuza. Todos estos años te he apartado del buen camino, esperando cruzarme con la persona que me maldijo y así cobrar venganza. Eres el único medio que tenía para moverme sin ser descubierto.” explicó finalmente el genio.
“No tengo un hogar, ni puedo concederte un deseo…a menos que éste sea morir.” Dijo el genio riendo con ganas.
Con movimientos veloces, apenas perceptibles, Caperucita invocó su Dagaespada de fuego, saltó y cortó el brazo derecho del genio. El brazo rojo de la doble de caperucita se despegó con violencia y salió volando hacia atrás. Sin esperar a que su oponente reaccionara, Caperucita emprendió un nuevo ataque. Esta vez fue directo a su cuello, haciendo un corte limpio y letal, tal como había sido entrenada. La cabeza sin expresión de la falsa Caperucita, y el resto del cuerpo, cayeron con un asqueroso estrépito, similar al que hacen las vísceras de orco al desparramarse en el suelo.
Caperucita se relajó al ver que había derrotado a su enemigo, guardó su Dagaespada y emprendió su camino. Apenas había dado unos pasos cuando sintió que alguien agarraba su pie izquierdo. Miró hacia abajo y con horror vio una materia viscosa, de color rojo, que empezaba a subir por su cuerpo. Intentó quitarla pero fue imposible, se le pegó a las manos y empezó a extenderse por sus brazos. En pocos segundos Caparucita estaba totalmente cubierta por el genio maldito.
“Creo que olvidé mencionarte que soy invulnerable a tu daga. Soy un genio muy poderoso, lástima que ya no podamos seguir juntos, lástima que tengas que partir tan pronto de este mundo” Dijo el genio.
Caperucita no respondió, no podía respirar, y de nada le servía luchar. Por primera vez sintió terror , por primera vez en muchos años quiso vivir, quiso hacer otras cosas que no fuesen cazar…matar. Se arrepintió de todo el tiempo desperdiciado y del dolor causado, se arrepintió de acumular odio, se sintió cansada y triste. Vio su vida y deseó empezar de nuevo, aunque sabía que era muy tarde. Una lágrima escapó de uno de sus ojos, luego otra, luego otra y luego fueron muchas. Su llanto generó un torrente que lavó la materia viscosa. Si Caperucita no hubiese tenido los ojos cerrados mientras lloraba habría visto cómo aparecía su hada Madrina, cómo la envolvía un huracán, cómo el genio había sido purificado y  le gritaba agradecido que le concedería un deseo cuando volvieran a reunirse, cómo se elevaba por el cielo y todo se desvanecía a su alrededor.
Cuando caperucita despertó se encontró en su habitación. Era su cumpleaños número 16. Sus padres le organizaban una fiesta y su abuela le había traído un hermoso regalo: Una lámpara de aceite procedente de lejanas tierras. “Espero que te guste mi obsequio. Había encargado una fina tela roja para hacerte una capa con capucha pero no fue posible” le dijo su abuela cariñosamente.
Caperucita vivió feliz. Nunca tuvo una caperuza roja que llamara la atención de depredadores en el bosque, nunca conoció a ningún cazador, nunca mató animales, ni fue entrenada por secta secreta alguna. Se casó con un valiente marino llamado Simbad y vivió muchas aventuras. Tuvo una hermosa hija llamada Aurora y dos inquietos nietos llamados Hansel y Gretel.
Colorín colorado, este cuento se ha terminado.
“Colorín colorado, este cuento se ha terminado”, escuchó el pequeño genio, quien poco podía hacer para evitar su sorpresa.
“Gracías abuelo. Moradín Moradado, nunca había escuchado ese episodio de tu vida. Pero ¿cómo pudiste desvanecer esa maldad en tu cuerpo? ¿Cómo fuiste capturado? ¿De quién querías vengarte?”
El pequeño genio rodeó al anciano genio con sus preguntas y dudas, pero este solo sonrió afablemente.
“Son todas buenas preguntas, Colorin Colorado, y todas deberán ser contadas. Pero hoy es tarde ya, la noche acaece, el sol renace, y los mortales inician su día, con deseos, y anhelos, y es deber nuestro estar con ellos para resolverlos. Esta historia realmente ha terminado”
 ¿Qué les pareció?
A mí me gustó aunque es sólo un borrador XD

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